Carta inédita de Isabel de Castilla durante su estancia en Cáceres.

Cáceres, año del Señor de 1479, mes de febrero.

Querido ser que estás en mi vientre:

Aprovecho esta jornada en mitad de mis habituales quehaceres en la corte para descansar y darte la bienvenida. Yo ya lo estaba imaginando pero era aún muy pronto para decírselo a tu padre.

Como cada día, esta mañana me he levantado muy temprano para preparar los dispensarios  y despedir al rey Fernando antes de partir a defender nuestro reino frente a los muchísimos enemigos que el poder conlleva; cuando me he sentido mareada unos minutos. A pesar de mi reticencia, (aún es demasiado pronto), el médico ha insistido en comunicarlo a tu padre, quién no ha podido ocultar la alegría y ha dado la noticia a sus compañeros de batalla antes de irse.  Así que, al atardecer, lo sabrá toda la villa. Me preocupa el revuelo y los inconvenientes que se están causando en la noble casa cacereña que nos acoge. No deja de entrar gente a felicitar a mi camarín. ¡Como si él hubiera hecho algo!.

Así que, por orden del médico y de mi esposo, debería estar en cama mientras las doncellas atienden a tu hermano Juan, que ya ha empezado a dar sus primeros pasos. Pero no soy yo de quedarme tranquila sabiendo que allá se libran batallas…

Desde la ventana se ve el bullicio típico del mercado: los judíos haciendo sus tratos, los moros con sus alfares y orives, un pastor con sus ocas,

Imagen

venta ambulante de frutas y hortalizas, criadas portando las telas recién compradas por sus doncellas… Me gusta mucho la tranquilidad que se vive intramuros aquí.

Ésta es la segunda vez que nos alojamos en esta Villa que he decidido darle la distinción de Realengo, por sus muchos y buenos nobles. La casa de mi camarero,  Don Sancho de Paredes Golfín está siempre llena de niños que me alegran con sus ocurrencias. Son muchachos inquietos que juegan a ganar guerras para su reina; las niñas se afanan en coser estandartes de la ciudad a semejanza de los arreglos que hice la primera vez que vine a Cáceres.

Imagen

Fue entonces cuando a la bandera ajada y descolorida que dos siglos atrás dio la victoria sobre los moros al rey Alfonso IX, le añadí junto a su león, mi torre de Castilla.

Hizo tanto calor aquellos días de junio que sólo se podía pasear al atardecer. Al terminar mis labores le pedí compañía a doña Isabel Coello. Deseaba poner en orden mis ideas  y juntas salimos a escondidas por uno de esos pasadizos que los moros construyeron. Mi amiga Isabel rezaba continuamente, rogándome que volviéramos antes de la puesta de sol y pidiéndole a Dios que no nos pillasen a hurtadillas no fuera a ser que nos confundiesen con las mujeres que vendían su cuerpo.

Paseando por la vereda a pie de la muralla,

Imagen

me contó una historia bastante triste sobre una familia de la villa que perdió su hijo a manos de un mono años atrás. La mujer desapareció de la alcoba donde se había encerrado con su hijo muerto, «nadie sabe muy bien por dónde. Pero dicen que la vieron sirviendo en la boda de vuestra sobrina en Plasencia. Después, nada se ha sabido«.

Casi había oscurecido, Isabel saludaba a algunas lugareñas que volvían a la villa con cestas cargadas y tinajas sobre la cabeza, cuando un campesino que recogía frutas del suelo, las más afeadas y maduras, me ofreció una manzana en perfecto estado gentilmente. “Buen hombre– le dije- no tengo nada que ofrecerle a cambio”. El campesino agachó la cabeza y murmuró que era un regalo de Dios por mi belleza. Ese gesto me conmovió el alma. Le pregunté cómo se llamaba y al día siguiente mandé a Sancho a que preguntase a ese campesino que si se le ofrecía una gracia sería cumplida por merced de su reina Isabel. Cuando mi esposo se enteró, se rió mucho de mí, pues dice que ese campesino buscaba otro tipo de agradecimiento ya que efectivamente pudo confundirnos con prostitutas en busca de soldados. Y es que esas mujeres visten con finas sedas, se acicalan con aceites y tienen modales de la corte, ¿cómo se atreven?.

En verdad te digo, hijo o hija, que sólo conozco el hombre que te engendró y que de ningún otro aceptaría regalos ni lisonjas.

¿No te he dicho qué pidió?, agua para regar las huertas. ¿Puede ser esa la petición de un hombre indigno?. No, ésa es la necesidad de un campesino que vive honradamente y que desea alimentar a su familia.

Trabajo es lo que necesita mi pueblo, menos impuestos y más tierras, pero esta estúpida guerra contra tu prima Juana nos ahoga a todos. El pueblo apenas tiene para comer, tantas tierras hemos cedido a la mesta, que poco queda para cultivar en estos parajes, tan amplios, ricos y desolados. Nosotros no tenemos un lugar al que llamar hogar. En ningún sitio nos encontramos seguros. Esta no es la vida que yo quiero para vosotros, ni para mis súbditos. En cuanto consigamos la paz con Juana, y consigamos recuperar Granada que por derecho divino nos pertenece, uniremos todos los pueblos bajo uno sólo, grande, muy grande, el más grande jamás imaginado, ya lo verás.

Te prometo como reina de Castilla y madre tuya que seréis criados y criadas en una corte cristiana, unida y culta, y éso es lo que transmitiremos a nuestro pueblo.

He querido venir a esta ciudad a defender mi derecho como Princesa de Asturias: Si bien hay nobles tan fieles como éste Sancho Paredes Golfín, cuya familia ha estado al servicio de los reyes de la conquista desde que recuerdan sus memorias, o los Villena en Trujillo, otros nobles del entorno se muestran hostiles, no apoyan a Juana sino que luchan por dinero, dinero que malgastan en ampliar sus casas con altos muros y torres aún más altas, en lugar de enriquecer sus tierras con canales que lleven agua limpia y otros que se lleven las sucias… Dinero que yo ya no tengo, y aún así vengo a negociar para que se unan a nuestra causa, pues es la más justa y confío en que sabrán aceptarlo.

Así, si Dios quiere, mañana lo dispondré todo e iremos tú y yo a ver esas huertas, pero esta vez con el sol en todo lo alto, pues por estas tierras en Febrero, aún con cielo despejado y sol reluciente, deja la sangre helada.

Imagen

Tu madre, Isabel de Trastámara, Reina de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, del Algarve, de Algeciras, de Gibraltar y Señora de Vizcaya y de Molina, reina consorte de Sicilia y Princesa de Aragón